Un hecho lamentable es como muchas familias relegan a sus viejos a un rincón. Los ven como un mueble, como una carga, en vez de la fuente de sabiduría que son y olvidando que a ellos deben su existencia.
Está historia me la contó un tío, después de mis alardes sobre mis deseos de tener una casa de campo para la vejez de mis padres. Mi tío, consiente de que muchos olvidan, decidió darme tal lección.
La historia ocurrió en un pueblo, donde la gente vivía de la siembra y del ganado. Los hombres eran la fuerza de trabajo para proveer al hogar y las mujeres se hacían cargo de los menesteres del hogar y de la crianza de los hijos.
Martha era una mujer trabajadora, con dos hijos, David de 6 años y Marquitos de 2 años. Pedro, su esposo, era uno de los 17 hijos de Don Adalberto, fruto de su matrimonio con Marisela, su tercera y última esposa.
Cuando Pedro y Martha decidieron casarse, Don Adalberto era un anciano de 90 años y para entonces ya Pedro se hacía cargo de trabajar la tierra y de las necesidades de su padre, quién ya necesitaba asistencia para algunas de sus necesidades básicas debido a su vejez.
Pedro llevó a Martha a su vivienda que compartía con Don Adalberto, y a su vez empezó un plan para ampliar su vivienda ya que apenas era suficiente para dos personas.
Al nacer su primer hijo, Martha y Pedro hablaron de la necesidad de mayor espacio y decidieron hacer un cuartito a parte de la casa y lo acondicionaron para que fuera el dormitorio de Don Adalberto. La situación en relación a los cuidados de Don Adalberto empezó a ser más agobiante para el matrimonio, ya que cada vez necesitaba de mayores cuidados, como cambios de pañal, que tenían que realizar entre los dos, y alternar las labores del hogar, los niños, el campo y el ganado.
El matrimonio empezó a perder salud emocional en relación a la situación, y empezaron a sentir molestia por la presencia de Don Adalberto, les molestaba el tener que atenderlo, les molestaba, su olor, e incluso que estuviera cerca de los niños. Pedro acondicionó una mesa para que Don Adalberto tomara sus alimentos, mientras el matrimonio y los niños comían en el comedor al interior de la casa.
Los niños, en su inocencia, se sentían desconcertados, y preguntaban a sus padres para tratar de entender, porqué el abuelo comía a parte. Los padres ponían pretextos como, el abuelo no puede caminar hasta adentro, o el abuelo está enfermo y por ahora no puede estar o jugar con ustedes.
Un día Pedro se levantó muy temprano y tomó un pedazo de madera que había cortado días antes y que había dejado secar al sol, y tomó algunas herramientas. David su hijo, que era muy curioso decidió seguirlo y estaba observando muy atento lo que hacía su padre. Miró como su padre tomo la madera y empezó a esculpir un hueco en el centro. David estaba ansioso por saber qué estaba haciendo su padre y decidió preguntarle, qué hacía con tanto esmero. Pedro muy seguro de si mismo y si imaginar que su hijo le daría una lección, le explicó que estaba haciendo un bonito plato de madera para su abuelo Adalberto comiera en el de hoy en adelante, ya que por estar tan viejito y enfermo no estaba bien que comiera en los mismos trastes que ellos. David estuvo muy atento a lo que decía su padre y una vez que terminó, el niño se quedó obsevando en silencio por un momento, y muy interesado le dijo a su padre,